A LOS CIUDADANOS DE BADAJOZ QUE LUCHAN PARA QUE SUS OLMOS NO SEAN ELIMINADOS DE FORMA INMISERICORDE. NI UNA CIUDAD SIN ÁRBOLES, NI UN BARRIO SIN JARDINES.

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El naturalista tiene pájaros en la cabeza, pero también procura ensimismarse con el transcurrir de las estaciones, y con los cambios hormonales de las especies, percibidos a través de colores y sonidos. Con sólo un paseo imagina las cadenas alimentarias. Discriminar cantos y especies en el seno de la vida silvestre ha debido formar parte de nuestra curiosidad desde los albores de la especie. Un cerebro despierto como el nuestro, con capacidad para retener el pasado, anticipar o imaginar el futuro, y vivir en un presente de percepción, hace que además de formar parte de la naturaleza, podamos también pensarla, estudiarla. Y eso es un privilegio. Un regalo. Porque nos permite ser testigos de un fenómeno como la vida. Nos permite darnos cuenta de que formamos parte de unos nexos, de un engranaje. Paradójicamente, esa capacidad, que se sepa, exclusiva de nuestra especie, nos puede ayudar a ser más humildes, porque logramos así entender que formamos parte de un todo… no somos ese todo que por desgracia creemos ser. 
 
Cierto es que muchos naturalistas realizamos nuestra actividad desde el empirismo ciego, es decir, desde criterios de recopilación de datos sin apoyar nuestra actividad en unas hipótesis, respaldadas por una teoría, aplicando una metodología definida. En ese sentido, no hacemos ciencia, pero nuestro pasatiempo, que roza los límites de la pasión, se basa, al mismo tiempo, en el principio de que la ciencia es un logro para entender procesos y causas, sin renunciar al lado poético que puede significar el ser conscientes del espectáculo de lo vivo. La naturaleza es intrépida, maravillosa, calculada en sus adaptaciones, aparentemente cruel si trasladamos a ella una interpretación desde nuestros parámetros… El flujo de energía que se canaliza desde el sol y el dióxido de carbono, sintetizado por la hierba de la planicie africana, que a su vez es consumido por la cebra, para acabar esta siendo el sustento del león, no es diferente, procesualmente, del que parte del césped del jardín urbano, prosigue a través de la lombriz de tierra y acaba en el mirlo que la ingiere.
 
Y la ciudad puede convertirse, si queremos, en un escenario donde no se esté lejos de la contemplación de estos fenómenos. Un paseo por una ciudad puede ser un escenario fascinante si se sabe mirar. No hacen falta esfuerzos intelectuales ni una preparación especial. Sólo hay que dar oportunidad a aquellos que intentan abrirse paso incluso en un escenario a priori hostil. El jardín, con árboles de diferente porte, y setos que rodean céspedes, nos permite localizar a diferentes aves, desde herrerillos, currucas y jilgueros hasta rapaces nocturnas como autillos y cárabos… y como recuerdos del bosque primigenio hasta pitos reales… todo un espectáculo en pleno parque del Oeste de Madrid.
 
Del mismo modo, el paseo, durante el ocaso, por las inmediaciones del edificio III Milenio de Mérida, nos permite contemplar a los que se prestan a descansar y a los que les relevarán durante la noche. Mirlos, verderones y gorriones se prestan a entonar sus últimas voces, al tiempo que murciélagos de varias especies sobrevuelan las inmediaciones para capturar polillas y otras mariposas nocturnas, atraídas por la creciente luz de las farolas. Al mismo tiempo, todo un elenco de aves que casi nadie imaginaría poder observar en una ciudad, recortan el firmamento dirigiéndose a sus dormideros en el río Guadiana: garcillas, martinetes, moritos. También bandos de estorninos negros interpretando en el aire esas acrobacias sincronizadas que siguen siendo un enigma para los estudiosos. Ciudadanos de nuestras urbes: no pidáis para vuestras ciudades luces de neón, asfalto triste… pedid árboles, jardines… de ese modo tendréis cerca no solo sumideros de carbono, reducción del ruido y una atmósfera menos viciada, sino también al espectáculo más hermoso de todos: los animales y las plantas recordándonos el ciclo de la vida silvestre: el papamoscas nos anuncia el otoño, el petirrojo el invierno, y el vuelo estridente del pequeño verdecillo la primavera.
Lo interesante del naturalista es que, además de encontrar que merece la pena vivir contemplando, comprendiendo realmente quiénes somos, también puede aportar con sus datos, tomados en esos cuadernos de campo custodiados año tras año, un gran servicio al conocimiento científico, pues sus compilaciones pueden ayudar a los expertos a corroborar hipótesis y advertir de nuestro torcido rumbo.
 
Hoy día, la tecnología permite tomar fotografías impensables hace unos años, registrar datos con una rapidez y fiabilidad enormes y el acceso a fuentes documentales ayuda al fenómeno de la especialización. No obstante, yo reivindico la figura del naturalista que no se especializa pero comprende procesos… tiene una percepción integrada de la naturaleza, utilizando como instrumentos un humilde cuaderno de notas, unas guías de identificación y el apoyo de algún aparato óptico asequible: unos prismáticos. Ser feliz no es caro. Y acercarse a la naturaleza, a esa que aparece incluso a escasos metros de tu casa, puede abrirnos las puertas de un mundo que es maravilloso, a pesar de todo el daño que hemos hecho. A veces nos toman por raros o despistados, pues para nosotros, el caminar por un lugar, sea cual sea, siempre es un ejercicio visual y auditivo… siempre hay algo interesante que estudiar o simplemente contemplar… en aquel edificio: ¿habrá alguna pareja de lechuzas anidando? Quizá al pie del mismo puedan hallarse egagrópilas… aquel ave de buen tamaño que vuela a lo lejos ¿será un ratonero o un milano? En este solar crecen achicorias y tolpis y a lo lejos, en el parque, se escucha el canto bisílabo de un mosquitero… claro, estamos en época de paso prenucpcial y posiblemente sea un ejemplar que se dirige al norte cantábrico o a Europa central… Si alguna vez nos notáis despistados al caminar con vosotros, no os apuréis, pues esas son nuestras cábalas mentales. Carecemos de patología alguna, sólo es que no podemos evitar ser lo que somos las 24 horas del día. Y nos gusta compartirlo con vosotros.
Texto e imagen de Ismael Sánchez Expósito, compañero y socio de ADENEX.
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