ADENEX. Una andadura de cuatro décadas
Hace cuatro décadas un colectivo conservacionista iniciaba su andadura en nuestra región. En aquel momento, Extremadura era un territorio anclado en lacras históricas y socioeconómicas que venían de atrás. El latifundismo, la emigración y las escasas perspectivas que parecía tener el tejido social de la región para el desarrollo endógeno, más el escaso interés por el proceso autonómico, en plena ebullición en el resto del Estado, no daban lugar a un terreno abonado para el asentamiento del movimiento ecologista con un discurso paralelo al que ya se venía desarrollando en Europa y en algunos centros urbanos de otras regiones españolas. Esto último parece un contrasentido, pero la evidencia y el estudio de la evolución del movimiento conservacionista concluyen que, paradójicamente, el interés por la naturaleza y sus problemáticas son fenómenos sociológicamente urbanos que vinieron a asentarse en las zonas rurales.
Sin embargo, aquel grupo de entusiastas que en 1978 fundaron ADENEX, fueron capaces de que en una región con tan escasa sociedad civil organizada como Extremadura, calara hondo, en buena parte de la población, un discurso conservacionista con raíces propias, pues a la vez que se defendían los valores naturales de nuestra tierra – espacios y especies se decía entonces- se abogaba por nuevas perspectivas en la custodia del territorio, algo absolutamente desconocido, exótico, así como por la gestión alternativa de unos montes y dehesas amenazados por la fiebre especulativa del monocultivo del eucalipto. Del mismo modo, y al calor del conservacionismo europeo, se iniciaba la lucha antinuclear con el inicial y entusiasta apoyo del incipiente, aunque débil, como hemos citado, movimiento autonómico.
Gran trabajo se hizo en una de las máximas que ha de tener la defensa del entorno: el conocimiento. En ese sentido, la labor de las antiguas secciones de zoología y botánica, instaban a la sociedad extremeña y sus dirigentes a la necesidad de valorar una de las biodiversidades salvajes más ricas de Europa, todo ello en un contexto en el que las aves rapaces aún eran alimañas a las que se podía disparar impunemente, una lacra del franquismo que prevalecía en los tuétanos de nuestra sociedad.
La declaración de Monfragüe como espacio protegido – Parque Natural en un primero momento-, así como de Cornalvo, la defensa de la vegetación y el paisaje cultural autóctono, la campaña por nuestras dehesas, al calor de la aprobación de la ya obsoleta Ley de la Dehesa en 1986, y los encuentros y congresos sobre diversas temáticas ambientales, algunos de ellos con calado internacional, concienciaron a la población acerca de las problemáticas que tenía nuestro territorio. De hecho, no hubo comarca extremeña que no contara con delegados locales dispuestos a invertir su tiempo y recursos en aras a nuestros objetivos.
La vertiente identitaria de ADENEX también se trasladó a la defensa de nuestro Patrimonio Cultural, en un contexto donde aún no había conciencia sobre el mismo ni un desarrollo legislativo que atendiera a sus problemáticas. Un hito fue la campaña para salvar el foro de Mérida, en un contexto donde la ciudadanía tenía aún escasa conciencia de ello.
La apuesta por el voluntariado y la Educación Ambiental ha sido y siguen siendo dos de los sellos de la asociación, pues además del activismo propio de un colectivo de nuestra índole, la toma de conciencia a través del citado conocimiento y la participación de socios y voluntarios en programas de difusión e incluso investigación, convirtió al colectivo en un vehículo de amor por lo vivo al tiempo que reivindicaba una defensa del entorno y sus problemáticas como cualquier otro colectivo hermano. Es por ello que ADENEX también fuera pionera en la hoy llamada ciencia ciudadana, pues ya desde los primeros años, sus miembros se embarcaron en trabajos como censos, estudios sobre fauna y flora, así como en la difusión de los mismos, a través de publicaciones como JARA y ALYTES.
En la actualidad, una de las problemáticas más graves que asolan a nuestra región es la despoblación rural, siendo el fenómeno de los incendios forestales una lacra asociada a la pérdida de resiliencia del paisaje cuando el abandono, la banalización y la pérdida de los usos tradicionales uniformizan el entorno dando paso al fuego. De este contexto surgió uno de los proyectos con más capacidad de movilización que se han desarrollado desde que hace cuarenta años se iniciara esta andadura: el Plantabosques, con un resultado de miles de voluntarios movilizados en algo más de una década.
Del mismo modo, nuestra oposición a proyectos especulativos y que hipotecan el futuro de nuestra región envueltos en promesas de puestos de trabajo que nadie precisa – léase Valdecañas- muestra que apostamos por un modelo de desarrollo en el que se vele por los productos locales y comarcales, por el apoyo a los ganaderos y agricultores que con su actividad sean garantes de la conservación y el arraigo en nuestros pueblos – ejemplos tenemos en la Sierra de Gata y Hurdes- y por un regreso a la naturaleza, no bucólico ni romanticista, pero sí acorde con una alternativa a una formas de vida basadas en un consumismo desenfrenado, sustentado por un optimismo tecnológico que se volverá contra nuestro horizonte de civilización si no se revierte el proceso.
Siguiendo con la línea anterior, es de justicia referirse a la citada lucha antinuclear como uno de los sellos de ADENEX, dando su fruto en la paralización de la central de Valdecaballeros, al calor de un movimiento en el que la apatía y el desánimo por los problemas de nuestra tierra vivieron una coyuntura de concienciación ciudadana en la que nuestro colectivo estuvo al frente. Como asignatura pendiente, sigue la lucha contra Almaraz, proyecto que además de beneficiar a un lobby ciego ante sus intereses, pues es perfectamente viable, con una política adecuada, prescindir de esta lesiva energía a favor de fuentes limpias y renovables, como así ha quedado demostrado en países como Alemania.
Los proyectos de centrales térmicas en Alange y Valverde de Mérida fueron también apoyados desde quienes siguen viendo en fuentes de energía obsoletas y contaminantes el futuro, de ahí que la presencia de simpatizantes, socios y en definitiva, de nuestro movimiento, contra unos proyectos que ponían en peligro el entorno y el futuro de nuestras comarcas no podía faltar. Por otro lado, no podíamos quedarnos impasibles ante una apuesta decidida por una energía basada en los casi agotados combustibles fósiles. Todo ello en un marco donde la administración y parte de la iniciativa privada pensaban desde criterios, diríamos, decimonónicos. De ahí que nuestro apoyo e iniciativa en la oposición a la refinería en Tierra de Barros se basara en la defensa de la lucha contra el Cambio Climático, eje de la filosofía de ADENEX, y contra el hipotecar unos territorios a base de una instalación que no garantiza riqueza ni futuro.
Hoy, más que nunca, ADENEX es necesaria, como así lo son el resto de colectivos hermanos asentados en Extremadura, gracias a los cuales, hoy, una parte importante de los extremeños y extremeñas son conscientes de nuestros valores naturales y culturales y de la necesidad de preservar ambos.
El grito de nuestras dehesas ante el envejecimiento del arbolado, la no reposición del mismo, su reorientación hacia monoproducciones ganaderas intensivas y el azote de patologías como “la seca”, no es sólo un clamor de nuestro agroecosistema emblemático, sino también una señal de que el movimiento que inició ADENEX debe permanecer vivo más que nunca, aun con las dificultades de unos tiempos de sacralización de unas políticas extractivistas y basadas en un miramiento arrogante a la realidad finita del entorno.
Hoy, más que nunca, ADENEX necesita del apoyo de nuevos socios, simpatizantes, del tejido de nuestra sociedad civil y de todos aquellos y aquellas preocupadas por los problemas de nuestro entorno.
Durante los próximos cuarenta años, la lucha contra el Cambio Climático, el desarrollo de una agricultura sostenible y basada en criterios agroecológicos y la defensa de nuestros valores naturales serán la máxima, pues de todos y todas depende el futuro de nuestra tierra y de un medio ambiente integrador de las personas en su entorno, donde la biodiversidad sea una riqueza per se.